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No pude decirles que no me maten

Para Alan Humberto


De espaldas a la noche y a la calle,

dentro de la espiral

aquella espiral que ascendías todas la noches para

beber, convivir, disfrutar,

negar...

ignorar...

Seis horas de indiferencia

de sinsentido,

de cotidianidad territorial.

De sangre en el concreto.

De absoluto terror y pesadilla.

No hubo posibilidad de saberlo,

había tabú,

inocencia mezclada con tequila y

escepticismo.

Pero también pocas ganas de afrontar,

de entender, de terminar de crecer.

La música de banda compañera,

los autos complices,

el alcohol mejor amigo.

La ignorancia guía,

el contrato social ausente,

nuevas normas,

nuevos métodos.

Violencia estructural: pueblo matando pueblo.

Ninguna gana de comprender tu

alrededor.

El entorno que habitabas.

Solo existir en él, reproducirlo.

Hubo advertencias,

un primer intento,

un olvido fugaz.

Demasiado fugaz.

Algunas voces alertaban,

cuestionaban, pero se perdían con

el transcurrir de los días,

las conbebencias, el trabajo mal pagado,

los sobornos, el bisne,

las chicas,

el chupe.

La terrible moto que es signo y estigma,

dos abordo,

encapuchados.

Acelera, se baja uno y encara. Tiene claro el objetivo.

Por la espalda, caíste al suelo,

intentaste levantarte,

seguías sin entender.

Volvieron para rematarte.

Nunca más se supo de ellos.

No quisiste renunciar a tu "destino",

tampoco comprenderlo, deformarlo.

Mucho menos lucha.

Es difícil luchar no sabiendo,

pero sobre todo sabiendo que

aquello que nos hace defender la vida

es ahora un espejismo,

una esquizofrénica imagen,

ya ni siquiera una raíz podrida

de la que podamos agarrarnos.







 
 
 

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